13 noviembre 2021

Lo que nos deja la COP26 en Glasgow

Mis sentimientos han sido contradictorios en esta COP26. Por un lado, me ilusioné, porque tengo expectativas de que podemos lograr la transformación necesaria que se requiere para afrontar los problemas asociados a las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero que están cambiando el clima de la tierra.

Sin embargo, por el otro, después de las rimbombantes alocuciones de los Líderes Mundiales en los dos primeros días, confirmo algo de lo que me doy cuenta desde hace varias COP anteriores: que el proceso político, económico y financiero para alcanzar estos cambios necesarios nos van a llevar mucho tiempo. La lucha por la acción climática es una lucha larga. Las Ambiciones (NDCs) presentadas por los países en esta COP han sido un ejemplo de la complejidad y la lentitud. Resultaron insuficientes. El flácido documento final, es otro ejemplo. Del feliz momento que vivimos a partir del Acuerdo de París, han pasado seis años y estamos igual en cuanto a la concreción de las acciones climáticas globales y vinculantes. Y para el 2030 falta muy poco tiempo. 

Pienso que puede ser imposible en la práctica lograr la drástica transformación de la matriz energética que empuja las economías mundiales  por falta de acuerdos, de inversión, financiamiento y hasta por problemas tecnológicos. Mi temor ahora es que las energías alternativas, dado que siguen siendo costosas, sean sólo para unos pocos y se postergue la ayuda a las otras naciones más empobrecidas, que hoy mismo urgentemente necesitan ayuda inmediata para poder desarrollar sus sociedades dignamente. Algo de esto ha ocurrido con la distribución injusta de la vacunación por la pandemia en estos casi dos años de COVID.

Además, quisiera resaltar lo siguiente. El conocimiento científico proporciona un marco de referencia para la toma de decisiones. Los límites que se sugieren desde la ciencia del clima para la actuación deben ser tomados como lo que técnicamente son: proyecciones climáticas y, por lo tanto, no debemos tomarlos como afirmaciones a rajatabla, que si no logramos reducir las emisiones de CO2 al 50 % de lo que emitíamos en el 2010 para el 2030, y no tenemos éxito para llegar a las  emisiones netas cero para el 2050 y alcanzar así un calentamiento por debajo de 2ºC antes de fin de siglo, entonces se viene el cataclismo, el apocalipsis. Eso no va a ocurrir, pues la naturaleza es benévola y el sistema climático tiene mecanismos de adecuación, de amortiguación, de resiliencia.

Ahora bien, esto no significa que no tendremos costos y sufrimiento, pues de hecho, ya hay poblaciones en el Sur Global que sufren las consecuencias del cambio climático. Esto significa que no debemos desesperar, y siempre mantener una luz de esperanza. Lo que es cierto, como ocurrió con la pandemia, es que  los problemas asociados al cambio climático que van surgiendo y vayan apareciendo con más frecuencia, nos irán obligando a repensar las cosas para adaptarnos y sobrevivir. 

El Movimiento Laudato Si’, en la Marcha del Clima, Glasgow 2021

Con lo anterior quiero decir que la ciencia del clima no predice un futuro apocalíptico, tampoco indica que debemos dejar las cosas como están. El futuro, real y concreto, en cuanto a su dosis de incertidumbre y complejidad, puede decirse que está “en manos de Dios”, en cuanto que el Creador nos ha dado una Tierra maravillosa, con sus leyes internas en su dinámica, digna de vivir en ella; y nos ha dado inteligencia para encontrar soluciones justas y una capacidad de empatía, de pasión, que nos ayude a la reacción frente al sufrimiento de los otros. Esto me da esperanza.

De hecho, por más que lográsemos las reducciones necesarias de CO2 en las próximas décadas, los efectos sobre el cambio de clima que estamos causando ahora y causaremos en los siguientes años durarán por mucho tiempo en la atmósfera (por lo menos 100 años más) y, por lo tanto, los beneficios no serán inmediatos.

Con esto quiero decir que la ciencia del clima nos dice que sí debemos cambiar el rumbo de nuestras culturas de sobreconsumo, de economías depredadoras y la manera en que pensamos el progreso, para que el desarrollo humano integral sea más en armonía con la resiliencia de la Tierra, con respeto a ella. Estos cambios de comportamientos son primeramente humanos y sociales, y seguramente nos lleven mucho tiempo. No debemos dejar de trabajar para lograrlos. En esto consiste la nueva cultura Laudato Si’ que queremos vivir y compartir como creyentes. 

Hermanas y hermanos, la ecología integral es un paradigma, una cosmovisión de cómo ha de ser la relación del ser humano con la Tierra, con Dios, con toda la realidad, en base a las Escrituras Sagradas de los cristianos. En ella, vemos que en la creación “todo está interconectado” y los seres también están ligados a la dimensión sagrada, que es Dios Creador. Los seres humanos necesitamos de cosmovisiones para desarrollar nuestra cultura, nuestras pautas sociales de convivencia, para entender lo que esperamos y los que otros esperan de nosotros. 

En esta mirada integradora, los que le pasa a la Tierra o a mi hermana o hermano, me pasa a mí, y también le pasa a Dios, porque TODO está INTERCONECTADO. Esa es la sorprendente esencia de Laudato Si’, la carta pastoral del Papa Francisco.

Por tanto, crear una cultura de ecología integral, de Laudato Si’, es como una manera de comprender qué significa ser cristiano hoy por hoy. Un modo de predicar el Evangelio. Si eres creyente, si crees en la Resurrección, has de trabajar por el cuidado de la Tierra, el cuidado de los pobres, de las víctimas y vulnerables, en eso consiste la justicia social y ambiental que hoy llamamos justicia climática. No hay otra manera de ser creyentes si no es esforzándonos por sanar las relaciones humanas con el ambiente, con los demás y con la Presencia Sagrada. 

Por tanto, la ecología integral ha de ser una cosmovisión en la que la humanidad se siente solidaria, fraterna al resto de las criaturas, porque ha descubierto una relación profunda, espiritual, que la conecta con la Tierra y con su Creador. Ante la crisis climática, la lucha en esta COP26, y en las tantas otra luchas que seguirán viniendo, se trata de lograr cambios profundos para las generaciones futuras, para lo que puede ocurrir en 50, 100, 200 o 300 años. Hoy es en torno al cambio climático, en el futuro será en torno a otras transformaciones ecológicas que son necesarias para vivir en armonía.

De nada nos sirve lograr “exitosamente” la reducción de CO2 en las próximas décadas, si a costa de ello hemos cargado la Tierra y a la generaciones futuras con otros problemas tanto más graves como el cambio climático antropogénico (pienso en, por ejemplo, la “transición mediante energía nuclear”, o en la maltratada biodiversidad) , y esto porque no hemos tocado el “centro” integral del problema ecológico, que es espiritual, cosmo-visional, de valores, respeto y resiliencia…

Si seguimos la actual locura mundial de un desarrollo insostenible, basado en la mera acumulación y dilapidación voraz de los bienes de la Tierra, sucumbiremos como civilización en ese lapso de tiempo porque no nos sentimos parte de la Tierra y que somos tierra. 

Fr. Eduardo Agosta Scarel, O. Carm.

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